Época: Vida cotidiana
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1660

Antecedente:
Vida cotidiana en la España del Siglo de Oro



Comentario

Una buena educación fue privilegio de unos pocos. La analfabetización estaba presente en gruesas capas de la población, sobre todo los grupos rurales, los oficios manuales y las mujeres, aunque fueran nobles.
La enseñanza comenzaba a los cinco o seis o a partir de la primera comunión, cuando el niño aprendía a leer y escribir, hacer algunas operaciones matemáticas y repetir de memoria partes del catecismo. Naturalmente, esto no estaba al alcance de todos los niños. La opción más deseada, aunque la menos común, era contratar un tutor que se alojara en la casa y que enseñara a los niños de modo particular. La alternativa eran los "maestros de primeras letras", una enseñanza privada fuera de la casa que resultaba insuficiente por el alto número de niños que tenían a su cargo, lo que generaba una baja calidad de la enseñanza y problemas de indisciplina. Además, era una educación cara -si bien se aceptaban alumnos pobres ("de limosna")-, por lo que apenas podía ser adquirida por una mínima parte de la población.

La educación secundaria la desempeñaban las Escuelas de Gramática. La base de la enseñanza era el latín, y sobre este idioma se impartían Geografía, Historia, Matemática, Filosofía o retórica. El acceso a esta educación fue muy generalizado entre las clases menos privilegiadas, siendo muy alto el número de Escuelas hasta que los arbitristas las criticaron, considerando que la educación era inútil para la juventud y les alejaba de producir y trabajar. En consecuencia, fueron limitadas por Felipe IV, lo que supuso una merma del desarrollo cultural de la población a partir de entonces. En estos centros, la educación abarcaba hasta los diecisiete años, y una vez concluida facultaba al alumno para entrar en la Universidad o la Iglesia.

Las clases nobles desconfiaban de la enseñanza popular e implantaron sus propios sistemas de enseñanza, más restringidos y elitistas. La primera opción era contratar a un tutor, que educara al joven en los principios del saber, la educación y la moralidad. Otra posibilidad fueron los Colegios para nobles, como el Colegio Especial de Reales Estudios de San Isidro, que respondieron a los diferentes intentos por parte de los monarcas para formar a una clase dirigente que consideraban deficientemente preparada. Sin embargo, estos intentos fracasaron por el excesivo elitismo de los nobles, que no querían que sus hijos recibieran educación en clases compartidas con más alumnos.

Los alumnos más cualificados salieron de los colegios de los jesuitas, en virtud de una preparación rigurosa y sumamente disciplinada, que obligaba a hablar únicamente en latín y dedicaba al estudio prácticamente la totalidad del año, en régimen de internado. El éxito de los colegios de jesuitas se basó también en la ausencia de competencia por parte de las escuelas municipales, carentes de medios adecuados y excesivamente masificadas. El programa educativo tendía a realizar una rigurosa selección de los mejores alumnos, lo que promovía la competitividad entre ellos. El prestigio de los colegios les hizo crecer en número permanentemente.

El último escalón de la enseñanza era el universitario. A las viejas universidades medievales de Salamanca, Valladolid o Lérida se sumaron ahora nuevos centros como Alcalá, Valencia, Barcelona o México. Sus alumnos licenciados nutrían la administración, lo que era salida natural para los hijos segundones y fue motivo de los sucesivos intentos de control por parte de la monarquía. Ésta intervino tanto en el proceso de ingreso en los estudios universitarios -limitando la expansión de las escuelas de secundaria- como en la ocupación de cargos académicos, controlando las cátedras.

En la Universidad se estudiaban hasta nueve horas al día, durante todo el año excepto una semana de vacaciones en Navidad, otra en Semana Santa y veinte días de fiestas religiosas. En verano había un mes de vacaciones, excepto para los estudiantes de Gramática.

La enseñanza se impartía en latín y la vida académica estaba ceñida por numerosas normas y una rigurosa disciplina. De las universidades salieron alumnos destacados, como san Ignacio de Loyola, Domingo de Soto o Martín de Azpilicueta (Alcalá), Nebrija, fray Luis de León, fray Bernardino de Sahagún, Calderón de la Barca, Cervantes y Hernán Cortés (Salamanca). En esta misma Universidad enseñaron fray Luis de León, Vitoria, Soto, o Azpilicueta, entre otros.

La influencia de la Universidad sobre la sociedad de la época fue escasa. Anclada en gremialismos y con una concepción conservadora del saber, la Universidad servía para nutrir de funcionarios a la Administración y mantener y reproducir los valores institucionalizados.

La imprenta, por otro lado, multiplicó el número de títulos y ejemplares puestos en circulación, antes restringidos a determinados ámbitos básicamente monacales. Sin embargo, no supuso un aumento en el número de lectores, por cuanto, como hemos visto, la educación, aun la más básica, estaba restringida a unos pocos.